El creador -un poeta o pintor, o músico- sabemos que ineludiblemente recibe como formantes de su visión del mundo una red de elementos que responden a los supuestos básicos de cada época. Si el ajuste de lo personal y lo colectivo resulta armónico, . se articula de manera original, descubrimos un «modo» auténtico; si, por el contrario, lo personal se diluye y pierde en la red de esos modificantes colectivos, decimos entonces que el autor responde sólo a la «moda», despreciando el sello de lo individual.
Ciertamente, Rafael Fernández es pintor de «modo» personal, lo que implica, además, que es un pintor de su época, pero con huella de autenticidad. Y si su exposición de estos momentos adquiere relieve, pertinencia, es porque desde dentro de su modo, y contemplada en la perspectiva de su obra, nos ofrece un peculiar movimiento de transformación, de madurez. Esta transformación se esquematiza señalando su paso de un estrato anterior -figurativismo-, a un estrato nuevo -expresivismo-. Figurativismo anterior, que quiere decir primacía de elemento formal, estructura objetiva, armazón del cuadro; expresivismo de ahora, que quiere decir -y seguimos a García-SabelI- radical modo de comunicación, movimiento de la sugerencia, articulación simbólica; en definitiva: el cuadro como profundo valor locutivo. O, si aplican las determinaciones sobre la comunicación (Jakobson), al lado de la primordial función estética encontraremos, en el primer caso, la función representativa; en el segundo, la función expresiva.
Pero el acceso, como actitud creadora, a este expresivismo, supone la acentuación de dos claves, que son precisamente salvo los saltos de rigor- las claves del arte contemporáneo: irracionalismo y técnica de la implicitación. De acuerdo con esto, y si todo cuadro supone una transposición, y si esta transposición conlleva tres movimientos sucesivos -elección, interiorización, conformación-, vemos de qué manera las formas percibidas, al ser interiorizadas, se contagian, y tiñen, y funden, y son dominadas por los signos irracionales -emociones, sentimientos-; y de qué manera en la conformación definitiva sobre el lienzo, recogido este contagio, ese dominio, ese impulso, el pintor Rafael Fernández, modula esas formas en un proceso intuitivo intuitivo de condensación: es decir, en dinamismo de base emocional que, a través de una peculiar convergencia de los elementos (líneas, planos, colores, etc), provoque en la recreación que todo espectador opera, el lenguaje de la sugerencia. De ahí la riqueza de ese expresivismo.
Y de ahí también, precisamente, su peculiaridad estilística. Recogiendo la esquematización formal que arranca ya de Wólfflin, habrá que hablar de predominio de la forma abierta, la subordinación de planos, los contrastes cromáticos, la fuerza del color sobre las líneas. Y matizando más, preguntaremos: «qué claves son, en definitiva, las que individualizan a Rafael Fernández«
En primer término, llama la atención el montaje del cuadro sobre un eje principal horizontal, manejado como significante de unas insistencias del contenido: mar o línea última del valle al pie de las montañas. Luego, en su articulación de estructuras, una distribución en tres planos. El primero, suele ofrecer un gusto por el entretejido de curvas, abigarradas en una intensísima condensación de colores que, a su vez, gesticulan fuertes contrastes.
El segundo plano, en contra, caracteriza el dominio de la recta, el perfilado de triángulos y rectángulos y -lo que es más importante, original- una disminución armónica en núcleos, de aquella condensación cromática. Y el tercer plano, allá en el fondo, es precisamente un sabio acorde de curvas y rectas, y un desvanecimiento de los núcleos y de las intensidades cromáticas de los cuadros -rojo, verde, blanco, azul- no dejan de otorgar muy a menudo -expresivismo- categoría de símbolos emblemáticos a estos colores.
Este valor emblemático de los colores funciona también en su gran cuadro de las figuras humanas. En él -y porque se trata de un esencialismo figurativo, y bajo las claves creadoras ya apuntadas- el pintor desecha, elimina la anécdota. Lo que se nos comunica -y se nos comunica a gritos- es un estado límite (angustia, tedio, abatimiento radical), formalizado en ese tensito juego de gamas de grises, en ese encadenamiento frío de rectángulos que se recortan y oprimen, en ese contraste no menos intenso con la línea curva, rota y suelta de los personajes. Y así, otra vez vemos de qué manera el color, el espacio desvanece los perfiles de las figuras, y de qué manera por medio de la implicitación, sabiamente ejecutada, el cuadro logra una insospechada riqueza locutiva, expresiva, sugerente.
En fin, creemos que esta exposición de Rafael Fernández, no sólo nos sorprende por una original transformación dentro de su modo, sino que, en su madurez ejemplifica acerca de cómo el artista auténtico busca siempre actitudes de creación cada vez más tensivas, más conflictivas, es decir, más profundamente reveladoras.